Buñuel, despierto y despertador

En 1980, Buñuel no estaba todavía con un pie en el estribo, pero sí a tres años escasos de su viaje definitivo. Jean-Claude Carrière, el amigo y guionista habitual de sus últimas películas, no había cumplido los cincuenta y se hallaba en plena madurez creativa. Entre los dos escribieron Mi último suspiro, una suerte de memorias del cineasta. En una de sus páginas Buñuel decía a propósito de su muerte:

«Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como a la mitad de un folletín. Creo que esta curiosidad por lo de después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que apenas cambiaba. Una confesión: a pesar de mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, acercarme hasta un quiosco de periódicos y comprar unos cuantos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, pegándome a las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, al abrigo tranquilizador de la tumba».

Pues bien: eso es exactamente lo que pasa aquí. Carrière, que como el personaje del Poema de Gilgamesh no puede soportar la ausencia del amigo perdido, una noche se acerca a su tumba, lo llama por su nombre, y… ¡«Buñuel despierta»! Carrière le lleva los periódicos e incluso le sugiere la posibilidad de llevarle jamón y vino. (Solo le ha faltado hacer la broma de Luis Buñuel Jamón y Vino). Al hilo de los periódicos y de la conversación de ambos, Buñuel comenta con su habitual socarronería y humor las noticias actuales, al tiempo que nos descubre anécdotas del pasado, datos sobre películas, actores y directores, opiniones, avisos, sugerencias…

El libro es un sumario de historias en que se manifiesta el humor de Buñuel, bromista hasta el extremo, pero con una generosidad, que a veces por pudor ocultaba. Gracias a estos diálogos conoceremos detalles poco conocidos, como el hecho de que Woody Allen le ofreciera 30 000 dólares de 1977 por un cameo de medio minuto en Annie Hall, que acabaría haciendo McLuhan; o la broma que gastó a un periodista mexicano, cuando le aseguró que había pagado 25 000 dólares para que le dieran el Oscar por El discreto encanto de la burguesía; o la confesión de Hitchcock en una entrevista que concedió a una televisión norteamericana cuando, a la pregunta «¿Cuáles son sus directores de cine preferidos?», respondió: «Después de mí, Buñuel».

Pero donde llevó al límite su capacidad para la broma —y para la amistad al mismo tiempo— fue en México, durante una colaboración con el cineasta Luis Alcoriza, que no podemos resistirnos a transcribir:

Alcoriza era un hombre joven, seductor, mujeriego. Buñuel lo sabía de sobra. Apenas se habían sentado en el restaurante del hotel, el primer día, una mujer bastante hermosa y sola vino a sentarse en una mesa cercana a la suya. Alcoriza endereza su postura de inmediato, mira con disimulo, muestra su mejor perfil. Buñuel lo advierte y le dice:
—Aquí hemos venido a trabajar. Si te vas a dedicar a perseguir mujeres, muy bien. Ahí te quedas, yo me vuelvo mañana a México.
Alcoriza le pide disculpas («solo era un reflejo automático, Luis») y se comporta más o menos correctamente durante el resto de la comida.
A los postres, es más fuerte que él. Aprovechando un momento en el que Buñuel no lo ve (según cree), mira en dirección de la mujer solitaria, le sonríe y —oh, fatalidad— ella le responde con otra sonrisa. Buñuel, que se ha dado cuenta de todo, estalla:
—¡Te lo advertí! ¡No soporto esos modales de macho imbécil! ¡Si quieres divertirte con ese estúpido juego, adelante! ¡Sigue! ¡Pero sin mí!
Alcoriza, que tiene un temperamento fogoso y seco, contesta (todos los comensales del restaurante están al acecho, por supuesto):
—¡Pues bien, yo no soy como tú, soy un hombre, y cuando una mujer me sonríe, y encima una mujer guapa, es mi obligación corresponder a su sonrisa, cabrón! ¡Ya me estás tocando los cojones! ¿Qué te has creído? ¡Ya puedes ir escribiéndote el guion tú solito! ¡Me importa un rábano!
Buñuel no contesta nada. Se levanta, tira su servilleta sobre la mesa y se va.
Llega la calma. En el restaurante, los tenedores que hace un momento estaban en alto, vuelven a bajar. Alcoriza va a sentarse con la mujer sola. Charlan. Después, se van a bailar a la discoteca del hotel. Cuando se la lleva a su habitación y la desnuda, se encuentra con que tiene escrito en el vientre la inscripción
Cortesía de Luis Buñuel
Al día siguiente, en el desayuno, aparece Alcoriza, sumiso, algo avergonzado. No habla. La mujer se fue durante la noche. El trabajo con el guion ya puede comenzar.

El anecdotario es extenso. Las ocurrencias, opiniones y boutades de Buñuel, variadas, interesantes, entretenidas, con esa socarronería aragonesa que detectaba a la legua el tópico y la trivialidad, a los que podía responder de modo desconcertante. Como aquella vez en que, a propósito de su sordera, descolocó a cierta americana:

Un día, provocado por una americana que trataba de compararle (como tantos otros) con Goya, sordos y aragoneses ambos, le dijo:

—Sí, señora, tiene usted toda la razón, hay tres sordos célebres en Aragón: Goya, Beethoven y yo.[…] …la señora, tras un instante de reflexión, dijo desconcertada:
—¿Pero Beethoven… era español?

En fin, un libro divertido, corrosivo en ocasiones, repleto de información y noticias sobre el carácter, la vida y obra del cineasta, en el más puro estilo Buñuel-Carrière. Cuando el lector acaba, desea empezar de nuevo, que es lo mejor que puede decirse de un libro. Una fuente de regocijo.

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3 comentarios en «Buñuel, despierto y despertador»

  1. Brillante idea, la de «despertar» a Buñuel para que «nos dé un repaso» cargado de ironía, de socarronería y de mala leche proverbial. Hace dos días lo veía en Midnight in Paris -Papá, ¿he visto algo de Buñuel?, me preguntaba mi hija- y hoy me lo encuentro vivito y jocoseando en el libro de Carrière, cuyo anticipo pone los dientes lectores la mar de largos y afilados, aunque para filos cortantes los de los dos colegas, el despertador y el despertado. Para más coincidencias sobrevenidas, hace bien poco vi «Orgullo de estirpe», dirigida por Frankenheimer -rara, rara…- y basada en un libro de Joseph Kessel el autor sobre cuya novela Belle de nuit dirigió Buñuel su Belle de jour… En fin, que todo parece conjurarse para acabar leyéndolo…

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  2. Ah, se me olvidaba, ¿cómo es posible que en el diseño de la página no incluyáis los iconos de las redes donde poder compartir noticias tan estupendas como la de esta edición? Eso hay que remediarlo enseguida…

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