La imagen lo tiene casi todo: equilibrio, color, profundidad, horizonte ilimitado.
Las pinceladas se extienden por la longitud horizontal de la meseta dibujando una sucesión de trapecios cromáticos que solo la fuerza del color define y delimita. Así, hasta acercarse a la línea final del horizonte, justo en la zona en que se desvanece la precisión de los contornos y se difumina la geometría.
Paisaje que refleja la primavera de Castilla. Surcos tendidos en el páramo y abiertos a la infinita lejanía. Apoteosis callada del color. Plenitud de las espigas.
Burgos. Cercanías de Fontioso.
Tanto la fotgrafía como el texto de Pascual Izquierdo están llenos de la mayor sensibilidad, la que revela el verdadero valor de la mirada.
Muchas gracias, Enrique, por tus palabras. Aquí la mirada es doble: la de quien muestra y la de quien ve. Y el enriquecimiento, mutuo.
Porque se trata de compartir la belleza aprehendida.
La cercanía y la infinitud, el gran ruido del silencio, la gran belleza de lo simple. Increible la sensibioidad para recoger esta imagen.
Gracias por el apunte, Fernando.
Quizás más que sensibilidad, una mezcla de sensibilidad y oficio. O el haber aprendido a lo largo de muchos años a ver la imagen como un cuadro. Como un cuadro que puede ser captado por el ojo (o la cámara) y puede ser descrito con el lenguaje adecuado.