4 comentarios en «Jeroglífico: Beaumarchais»

  1. E l barb Herodes hebilla, esto es, El barb(h)ero de s(h)ebilla, si bien es poco villana esa Sebilla, a no ser que haya «trastavillado»… en algún paso. Lo que me haría perder el sabroso (de saber) premio prometido…

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    • Es evidente que su merced atiende más a la vista que al oído, y que tiene en sus mientes más a Miranda Podadera que a Unamuno. Uno de los dictados de la surrealista Ortografía práctica pone en aprietos al que llega «de Sevilla con la maleta y la deshebilla»; a Unamuno, que ha escrito ‘oscuro’, un corrector le advierte al margen de las pruebas: «¡Ojo! obscuro», y Unamuno le responde al lado: «¡Oído! oscuro».
      Antes de que Borges escribiera el poema «La fama», construido con aquella anafórica sucesión de infinitivos que empezaba: «Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar…», Sacha Guitry lo había hecho en la introducción al Beaumarchais que nos montó Flotats. Allí Guitry decía de nuestro autor:

      «Haber sido el mayor autor dramático de su tiempo
      haber sido el hombre más amado y más odiado del siglo XVIII
      haber sido frívolo, burlón, astuto, mordaz
      haber tenido ingenio por cuatro y audacia para dar y tomar
      haber amado el amor y devorado la vida
      haberse inmiscuido en todo lo que no le afectaba
      haber desenmascarado la impostura, combatido la injusticia y fustigado la estupidez
      haber sido el instigador del acontecimiento político más considerable de su época
      haber cambiado tres veces de nombre
      haber tenido cincuenta navíos,
      haber sido agente secreto del rey
      haber sufrido la maledicencia y tolerado la ingratitud
      haber sido encarcelado tres veces sin perder la sonrisa
      capaz de hacerse odiar hasta el día de su muerte
      capaz de hacerse amar siempre
      ¿no era suficiente para convertirse en el personaje central de una comedia
      que se parecería a una novela de aventuras
      si nuestro héroe no fuera la inteligencia misma?»

      ¿No le parece a su merced que quien sufrió la maledicencia y toleró la ingratitud no se sentirá ofendido por una hache más y una uve menos, siquiera por esa imagen herodiana que tiene más de seductor orfebre que de perseguidor degüellainfantes?

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  2. Quedo convenientemente abrumado y orejeado… Reconocido lo cual, ¿no hubiera sido más propio un «hacerse» en vez del «hacerle» en «y no haber perdido una sonrisa
    capaz de hacerle odiar hasta el día de su muerte». Si me apego a la visión es porque la voy perdiendo a ojos entelados, que no vista, a juzgar por las moscas volantes que, de puro arracimadas, van constituyendo ya incipiente y molesta catarata. Culpa es de quien pretende que la dificultad de desciframiento sea paralela a la del ciframiento, pero, eso sí, el Herodes orfebre me dio su trabajo, porque se me puso ante los ojos Isidoro de Sevilla, hebillas incluidas, y me costó apartarlo de mí, como cáliz que en modo alguno calzaba… Hagan juego, señores…

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    • Su merced tiene toda la razón en lo que dice, y aunque se ha tratado de un vulgar «corta y pega», Oportet bien puede arrogarse el privilegio de corregir, acogiéndose a las herramientas del oficio como otros al secreto del sumario. Y así, en honor a su merced, retocamos el texto, siguiendo sus certeras indicaciones, y solo lamentamos que tanta mirada airada y concentrada a la pantalla atraiga moscas volantes que por aquí también asoman. Finalmente, por si sirve de consuelo, solo añadir que Isidoro de Sevilla también sobrevoló como otra mosca por estas latitudes a la hora de una primera solución apresurada…

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